

A principios del siglo XX, en Estados Unidos, la cuestión de la productividad industrial era considerada como parte integrante del proceso productivo, entendido como un sistema de relaciones causales entre la organización científica del trabajo en la fábrica y la configuración formal del producto. Ford, -quien estudió la relación entre la cadena de montaje en función del modelo Ford "T"- antepuso la funcionalidad y la eficacia del producto en proveer el servicio para el que estaba pensado, a la belleza y la estética. Asimismo, combinó la producción en series largas de productos estandarizados con la línea de montaje, generando bienes de consumo de larga durabilidad, que permanecerían por períodos prolongados en el mercado. Ford estaba a favor de creaciones de productos que llegaran a ser modelos universales, apropiadamente estudiados y concebidos y en contra de generar cambios superfluos con el fin de inducir a los consumidores a cambiar de automóvil cada año.
El modelo de producción fordista perdió cierta hegemonía luego de la crisis del ’30; ya en los años ’20 General Motors, que buscaba incansablemente aumentar su productividad, ganaba mercado al producir modelos más atractivos, variados y costosos que resultaron preferidos por el público. En Estados Unidos, luego de la crisis, la industria norteamericana comenzó a producir muchos modelos de poca duración (por ejemplo, en la producción de automóviles y electrodomésticos), y se empezó a privilegiar más los aspectos estéticos y formales que los funcionales. Es en este país donde la profesión de diseñador industrial se reconoció oficialmente por primera vez.
Así nació el movimiento Styling, modalidad del diseño industrial que buscaba generar productos visualmente atractivos, prestándole menor atención a la calidad y a la función y fomentando su obsolescencia artificial, de manera de generar mayores ventas y, por ende, mayor nivel de empleo. La crisis de 1929 llevó a prestigiosos diseñadores industriales a colaborar en forma intensiva y pragmática con la industria y en estrecha vinculación con el marketing (disciplina que surge en ese período). El diseñador debía trabajar en armonía con la industria y se lo concebía capaz de agregar valor al producto a través de la estética, aunque seguía siendo un asesor externo a la empresa. De esta manera, se pasó de una estrategia competitiva de precios a una de promoción del producto y surgieron los primeros pasos hacia la diferenciación de producto como instrumento fundamental de la competencia de las grandes empresas en los mercados, que tomaría más fuerza en la segunda posguerra.Por el contrario, en la Alemania de principios de siglo se presentó un enfoque nosistemático del proceso de producción, que se identifica particularmente por la propensión a aislar la forma del producto, lo cual explica el debate posterior acerca del aspecto exterior de los objetos de uso (T. Maldonado, 1993). A principios del siglo XX, surgió una fuerte oposición a la ornamentación excesiva de los objetos, por considerar que ésta generaba costos elevados y malgasto de recursos con el solo fin de que la clase alta ostentase riqueza mediante su adquisición.

El modelo de producción fordista perdió cierta hegemonía luego de la crisis del ’30; ya en los años ’20 General Motors, que buscaba incansablemente aumentar su productividad, ganaba mercado al producir modelos más atractivos, variados y costosos que resultaron preferidos por el público. En Estados Unidos, luego de la crisis, la industria norteamericana comenzó a producir muchos modelos de poca duración (por ejemplo, en la producción de automóviles y electrodomésticos), y se empezó a privilegiar más los aspectos estéticos y formales que los funcionales. Es en este país donde la profesión de diseñador industrial se reconoció oficialmente por primera vez.
Así nació el movimiento Styling, modalidad del diseño industrial que buscaba generar productos visualmente atractivos, prestándole menor atención a la calidad y a la función y fomentando su obsolescencia artificial, de manera de generar mayores ventas y, por ende, mayor nivel de empleo. La crisis de 1929 llevó a prestigiosos diseñadores industriales a colaborar en forma intensiva y pragmática con la industria y en estrecha vinculación con el marketing (disciplina que surge en ese período). El diseñador debía trabajar en armonía con la industria y se lo concebía capaz de agregar valor al producto a través de la estética, aunque seguía siendo un asesor externo a la empresa. De esta manera, se pasó de una estrategia competitiva de precios a una de promoción del producto y surgieron los primeros pasos hacia la diferenciación de producto como instrumento fundamental de la competencia de las grandes empresas en los mercados, que tomaría más fuerza en la segunda posguerra.Por el contrario, en la Alemania de principios de siglo se presentó un enfoque nosistemático del proceso de producción, que se identifica particularmente por la propensión a aislar la forma del producto, lo cual explica el debate posterior acerca del aspecto exterior de los objetos de uso (T. Maldonado, 1993). A principios del siglo XX, surgió una fuerte oposición a la ornamentación excesiva de los objetos, por considerar que ésta generaba costos elevados y malgasto de recursos con el solo fin de que la clase alta ostentase riqueza mediante su adquisición.


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